miércoles, 17 de julio de 2013

Película Lagrimal [Recuerdos de Sandy] // Parte I

Capa Lipídica


Déjame que te lo deletree: C-A-D-A... Ahora no caigo. Bueno. C-A-D-A-V-E-R. Cada ver tiene su margen, cada verga su inercia. Lo que más me asusta, lo que hace que me aferre a las personas, es la inconsistencia biológica. Esto solo lo digo para que entiendas el tipo de persona que soy: diminuta, acojonada. No desde ayer donde yacían los cristales, sino desde que mi retina distingue la grieta que rodea una puerta cerrada. He temido las dimensiones de la cuna, los pasillos elásticos de la noche, el sosiego de los objetos. Todos mis espejos miran la pared reflejando un centímetro de nada, porque había muecas que ni yo las soportaba. Faces torcidas y recíprocas como la que ayer atisbé entre piernas erguidas, columnas negras de un ágora improvisado. El asfalto callaba bajo los semáforos apagados y recordé los circuitos hundidos y las conexiones inalcanzables. 


Capa Acuosa

Lo que aquí no estoy seguro, pero quién me va a decir que en momento alguno lo estaba. Que dios me jale, carajo: mi pensamiento. Y el alcalde en el televisor de la gasolinera que lo veo sin esmoquin por vez primera. La papada que le balancea más por gordo que por preocupado. Pero el hombre está bien serio. Lo que lo sé porque tiene la frente brillando como los ojos de mi sobrina cuando le digo lo que ese día le traigo hamburguesas de esas que le traigo cuando las circunstancias no se jalan mi propina. Tal que dicen que nos llega lo peor a nosotros. No a los taxistas, a los que estén aquí cuando toque, lo que se dice que hoy, aunque yo admito que estoy más que acostumbrado, por supuesto que de poder evitarlo lo evito, pero recuerdo que el primero lo pasé en casa de mi amigo y entonces siento cierta nostalgia, y también son estas las oportunidades lo que mis papas soñaban encima de un tren y otro y también es el riesgo lo que promete el éxito. Dios lo sabe, carajo. Pago por los cigarrillos y solo salgo el hombrecito echa la valla tal que me mira por su ventana de su prisión improvisada lo que me hace pensar en dios con mi mujer en sus brazos solo que lleva grillos tal que dios no se mueve solo me habla y dice nada más “agua” porque siento la lluvia y corro a mi taxi.
Lo que pronto noto un brazo de los que mi trabajo es encontrar, y cuando veo lo que me toca es ya tarde, tal que la figura diminuta, apenas recta, se me hace coqueta como de película blanco y negro, de las que veía de joven sin saber lo que era o el sexo o la historia. Otra borracha, dios la ayude, carajo: pienso pero me preocupa más ser recompensado por asumir la responsabilidad. Dos hombres de traje y la chica semiconsciente se suben al asiento de atrás, lo que ella murmura una queja, casi un arrullo, que los hombre ignoran, lo que no dudo es por su empatía y frustración con el exceso de la joven, cosa que sé por el gran porcentaje de mi matrimonio que consistió en ignorarnos las transgresiones del otro, que después llega pensar la estrategia de reaccionar a la negligencia del otro. El amor no es cosa perfecta ni es lo que uno debe hacer pero si lo que un día a cada uno se le antoja, lo que es duro porque es involucrarse para acabar más enojado que solo; tal que la cama es una pared en horizontal y entiendo lo que traman los hombres a estas horas de la noche. Uno de ellos me da una dirección y los dos se ponen a hablar.
- Genial el local. Y la comida. Joder, estoy que reviento.
- Yo apenas he probado nada. Demasiado nervioso.
- Pues te has perdido unos hors d'oeuvres alucinantes. Ese atún. ¡El atún ni me gusta!
Por el retrovisor, observo la muchacha. Duerme o se hace que duerme con su cara contra el cristal, con sus labios lo que están sueltos pero espásticos. Tal que avanzamos por la lluvia y la ciudad esta desangelada, lo que me deja vía libre y conducir se hace de lo más fácil. De los edificios lo que quedan sólo esquinas apuñalando una cortina gris. Los hombres siguen su plática despreocupados.  
- Las vistas: tremendas.
- Pero has visto los cruceros, ¿verdad? ¿Crees que evacuaban?
- Muchos se han largado. Algunos ni se han asomado.
El silencio lo que aprovecho para interpolar; un poco de conversación engorda la propina:
- ¿De dónde vienen? ¿Hay algo en esa zona?
Lo que uno de los hombres se inclina hacia el reposacabezas del copiloto, tal que su rostro parpadea al borde de mi vista.
- De una boda - oigo.
- Aquí está bien - interrumpe el otro -, solo la vamos a acompañar arriba y después volvemos al centro, si puedes esperar.
Antes de que diga nada, la muchacha se ha desplomado en la acera. El viento entra frío en el carro. Lo que tiene suave llorar o resollar la niña. Uno de los hombres, el más delgado y oscuro la levanta y desaparecen por un portal. El otro hombre sigue sentado en el asiento de atrás. Lo que la mano la tengo reposada en la manilla por si acaso. Si corre saco el bate. Circunstancias y mi sobrina se queda sin brillo; lo que hace que coagule la sangre en esta ciudad. Pero hablo:
- ¿Ha sido buena boda? ¿Quién se casaba?
- La hermana de mi amigo. Ha sido mi primera vez en este tipo de boda, es decir, india. Ni ramos de flores ni esmóquines negros. Ha sido interesante.
-Mucho alcohol - lo que digo no entiendo muy bien por qué, si por saber sobre la niña o por hacer ligera la noche que espera.
- Tatuajes henna, regatear por los zapatos del marido.
- Es buena noche para pasar tiempo juntos - sonrío nervioso por el retrovisor.
- Lo mejor ha sido la sabana. Les sientan a los dos, marido y mujer, uno enfrente del otro, divididos por una sábana blanca que sujetan los hermanos de la novia. Técnicamente en estas bodas es el hermano que está dando la hermana. De todos modos, el cura, o lo que se llame en este caso, habla de la sábana como símbolo de su diferencia indiscernible, de su separación fibrosa. Supongo que se parece al velo cristiano. Pero por alguna razón esto tenía mucha más tensión. Los dos hombres sujetando la sábana, todos esperando el momento a que cayese, a veces hasta caía unos centímetros sin querer y todos temíamos el contacto precoz. Y ahí están los dos en su triste partición. Y el hermano suelta la sábana para que se encuentren.
Escucho pero es el portal lo que me envuelve, un arco oscuro y quiero que sus lados solo haya uno. Lo que quiero que el hombre siga hablando, y que la niña no vuelva a mi mente. Tal que la noche siga y el peligro sea solo mío y lo acaricie por ambición y no por culpa, lo que dios en los grillos y el brillo en los ojos y todo lo que olvido me enseñó la libertad.