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la soledad del loco en un momento de silencio absoluto. Esa soledad torcida, que aúlla
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un cuerpo; solo el cuerpo, sin cabeza, que parece como cortada de una foto; imagina sus estremecimientos violentos y enfermizos: las manos que interpone ante el látigo y las cadenas: débil defensa; imagina sus laceraciones, los bordes de la herida que rezuman, burbujean y supuran
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ese huevo acuoso y rojo que se quiebra en nuestro interior; su sol de sangre sonriendo
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su rostro impasible, como de diosa griega, como de máscara tribal de rito funerario; la sonrisa macabra de sus ojos negros, llenos
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caminar hacia una mujer reclinada, drapeada de Henry Moore; en el claro de un campo vasto y verde avanzas hacia su colosal empaque, su pecho robusto y abultado, sus miembros tersos, su cabeza jíbara; imagina que en tu trayecto solo miras sus ojos mínimos, hondos; imagina el abismo en esos agujeros en la piedra
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que tu avión frena sobre las nubes, que eres el único pasajero
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un discurso silencioso, de cadencia gélida; la boca que lo exhala como una rosa seca
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