lunes, 6 de mayo de 2013

elegía

Acabo de cagar bolas con tal semejanza a trufas
que si me las sirvieran en un restaurante
exigiría ver al chef, al que reconocería
por sus múltiples apariciones en algún programa
que cruzaba durante los anuncios de otro programa
que me había distraído del thriller británico
que me había recomendado un amigo erudito
de los que tengo algunos (que es decir demasiados),
para preguntarle cómo es que mi mujer
lleva tres días sin aparecer por casa y hasta
dónde podría estar esto relacionado con que
el microondas intermita ya solo 00:00
pero caliente palomitas igual o hasta mejor,
a lo que el chef me contestaría con una espuma
de pena en un globo de miel cristalizada
centelleante como un pez - de documental,
no como los que compro a mi hija cada mes
cual sacrificio al dios de la soledad y el mal
humor - cuya precisión geométrica mi cita
erudita definiría como el erotismo más triste
del mundo o quizás la tristeza más erótica
del mundo en su blog gastronómico
que yo pretendería leer, una simulación
trivial que sin emargo me recordaría
de lo holgados que son los años compartidos
con su desprecio y angustia, su nada intermitente,
pudiendo decir que uno ya no puede
volver a una mesa común que desaparece.

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