lunes, 6 de mayo de 2013

Primavera de 2045

  Bajo los pinos pasea Damián, ya un adulto podríamos decir que triste o quizá es más acertado el adjetivo desengañado. Aún recuerda, sin embargo. Los años no han podido borrarlo todo. Recuerda, mientras las agujas de los pinos crujen bajo sus pies descalzos y la resina de los troncos se calienta y se vuelve más y más viscosa, aquel día en el colegio.

  El bigote del señor Bruscus, hirsuto, cepillo, morsa, aglutinado, tiene vida propia. Absorbe mi atención y parece hablarme, su frente despejada y reluciente atrae el calor de la luz del aula y las perlas de sudor corren explanada abajo hasta la comisura del bigote engominado hacia arriba. El señor Bruscus me da un capirotazo en el cogote: es mi turno. Hoy declamamos poemas. He trabajado durante una semana mi poema. Mi madre dice que le recuerdo a Rimbaud, mi padre dice que tengo voz de niña. Miento, mi padre desapareció cuando era niño. Leí este fragmento de mi magnum opus prima:

(...)


Nadie cocina mejor que tu madre, nadie más salado
Nadie con tantas verduras, nadie te mira más blanco que
Esa cara obtusa que quiere ser tuya cada noche y cada
Mañana se despierta vomitando y llorando sola
Nadie entierra hormigas muertas y escarabajos vivos
en aquella maceta diseñada en la cabeza de una muñeca chochona, 
su cerebro la tierra seca y su pelo una maleza amarilla y bastarda
Nada cubre mejor una calva nueva y alegre que un 
Sombrero con miel

(...)

  Una vez hube finalizado mi canto, tragado saliva blanca y dura, y mirado al frente, noté un impacto en la nuca. Una bola de papel del tamaño y la forma de mi vesícula biliar, untada en fina saliva pegajosa, resbalaba por mis vértebras cervicales, tropezaba con el cuello de mi uniforme y caía con un ruido sordo en el pupitre verde de mi compañero de atrás. Recuerdo tocarme la zona del impacto, y ver sangre en mis dedos y nada más.

1 comentario: